Carlos Orlando Pardo es un escritor con reconocimiento internacional al lado de su hermano, Jorge Eliécer. Proviene de una familia emblemática en el Tolima por su dedicación a la cultura, la música y las letras. Es periodista, ensayista, cuentista, novelista, historiador, editor, compositor y promotor cultural con abundantes premios y distinciones, labor intelectual muy vigorosa que lo ubica entre los creadores más importantes del país.
Es un hombre agradable, de modales clásicos, bien educado –lejos de las extravagancias y desafueros de los escritores malditos o que pintan para ello–, un hombre serio, un caballero para sintetizarlo en una palabra.
Con él hablamos, en esta breve entrevista, sobre sus orígenes, los libros y la literatura colombiana. Sus encuentros con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, entre otros escritores; la vocación creadora y las roscas que se erigen desde el canon central con una mirada peyorativa sobre la literatura de provincia.
Maestro Carlos Orlando, bienvenido.
Querido poeta y escritor me siento honrado por esta entrevista, puesto que, por ejemplo, Pasto es muy reconocido en el país, no solo por todos sus valiosos escritores, sino, esencialmente, por el trabajo que tú haces a través de la cultura, de los concursos y toda tu actividad maravillosa que nos hace sentir muy cercanos.
Muy amable, Maestro. ¿Dónde nació usted? ¿Cuáles son los recuerdos más vívidos que conserva de su infancia?
Yo soy del Líbano, Tolima, un pueblo de montaña, al norte del departamento, fundado por antioqueños. En el siglo XIX, ante el hambre que padecían los antioqueños, se desplazaron a Manizales y encontraron que esa zona estaba ocupada por la Fundación Aranzazu, que tenía derechos de tierras concedidos por el Virrey y que llegaron a fundar pueblos, alcanzaron a fundar 110 municipios en Colombia de los cuales, 12 son producto de ese desplazamiento de los antioqueños; buscando lugares en la montaña donde construir la posibilidad de su trabajo, de sus sueños y donde podían reposar sus restos.
Usted pertenece a una familia de escritores, ¿qué factores fueron determinantes para que los Pardo llegaran al mundo de la literatura?
Esencialmente por mamá que había sido artista, pertenecía con su hermana a un dueto llamado Las alondras del llano y, particularmente, por mi abuelo Arturo que fue de los fundadores del Partido Comunista Colombiano; él era carpintero, un hombre culto, como todos los hombres de la época. Entonces mamá que desde pequeña estaba con Luis Vidales, con León de Greiff y los poetas de la época, aprendió todo de ese mundo y, desde luego, nos lo transmitió. Creo que eso logró despertar la sensibilidad nuestra en relación con el ritmo de la palabra, las cosas bonitas y el mundo de la cultura.
¿Cómo era su madre?
Por fortuna, aún ella vive, tiene 88 años, 10 hijos, 28 nietos, 19 bisnietos y un tataranieto, y es una mujer que siempre se ha preocupado porque su descendencia sea amorosa y proclive a los asuntos del humanismo, del espíritu, del arte, de la cultura. Y, así, tengo una nieta, Estefanía Pardo, que hizo una maestría en la Complutense de Madrid sobre música para cine, televisión y videos y ha ganado unos cinco concursos internacionales, la música de sus películas ha sido premiada en Cartagena y está dedicada a la creación y a la docencia universitaria; la otra nieta, Manuela Pardo, egresada de la Universidad Nacional en Literatura, también hizo una maestría sobre la enseñanza de la literatura, en Barcelona; mi hijo, Carlos Pardo, es escritor, ganó el Premio Internacional de Novela Rubén Darío con Boemian rhapsody, y es un escritor muy moderno, tiene cuarenta y pico de años y es profesor de la Universidad del Tolima; mi hermano también es escritor y tenemos hermanas que tienen un grupo de música folclórica andina. Entonces ha existido una vía entre la poesía, la música, la actuación, y todo eso ha generado una atmosfera, un ambiente de permanencia en relación a un espíritu que tiene que ver con el humanismo.
A ustedes se los considera una familia referente en el Tolima –Los Pardo como suele decir Gustavo Álvarez Gardeazábal– hablemos sobre la obra literaria que usted ha publicado. ¿Cuántos libros constituyen su producción y cuáles son sus temáticas?
He publicado 57 libros que tienen que ver con la historia, con las biografías, con los perfiles. Desde el punto de vista de la creación, he escrito seis novelas, seis libros de cuentos, que es lo que más me interesa; buena parte de ellos traducidos al inglés, al francés, al portugués, al serbocroata y que integran antologías importantes con cuentistas hispanoamericanos en La Sorbona y otras que se han realizado en el país. Entonces, me parece que lo que pudiera ser destacable, desde mi punto de vista, son estas novelas a las que les he entregado toda mi devoción, todas las ganas para testimoniar diversas épocas y diversos elementos, como lo ha hecho mi hermano, por ejemplo, con el Quinteto de la frágil memoria, que es la historia de los desplazados y la violencia en Colombia desde una perspectiva poética y humana. Para nosotros, lo importante de la literatura es dar testimonio de la época, un poco como lo pedía Jean Paul Sartre en su momento.
¿Reconocimientos, premios que ha obtenido con sus libros?
Como todos los escritores de mi generación, que es la generación posterior a García Márquez, que estamos sobre los 70 años, la mayor parte ya muertos, me inicié con el cuento, gané concursos universitarios; el concurso nacional de minicuento del diario El Tiempo, organizado por Daniel Samper y Enrique Santos, cuyo premio era Cien años de soledad dedicado por Gabriel García Márquez, que dice en su primera página “Para Carlos Orlando Pardo campeón de las doce líneas, con admiración de Gabriel”. Esa para mí es una gran condecoración. Fui seleccionado junto con mi hermano entre los cien mejores escritores colombianos, lista que hizo entre otros el mismo García Márquez para la Editorial Oveja Negra, en la cual estaba él con Rivera, Vargas Vila, Barba-Jacob y había un grupo de jóvenes que nos asomábamos allí y que nos parecía increíble que estuviéramos en la misma colección, un motivo de orgullo y admiración que todavía sentimos como un estímulo para una tarea creativa que tiene tan pocos estímulos en este país.
¿Conoció personalmente a Gabriel García Márquez?
Desde luego. Cuando él vino a Ibagué a la grabación de escenas de la película basada en su guion, Edipo Alcalde, que dirigió Jorge Alí Triana, tuve la oportunidad de conversar con él durante tres horas y media los dos solos, tomando whisky desde las nueve. Yo me sentía una especie de parroquiano de barrio de una pequeña iglesia a quien le han dado la oportunidad de hablar con el Papa durante tanto tiempo.
¿Qué imagen conserva de Gabriel García Márquez? ¿Cómo era él?
Primero que todo, simpático, sencillo, sincero, abierto y que estimulaba con sus palabras y su presencia la conversación, además de contar muchas historias. Todo eso generó una mayor admiración por su trabajo y, ante todo, por él como ser humano. Me parece que en Colombia tenemos el orgullo de haber contado con un maestro de maestros, un escritor de escritores, la más grande personalidad que ha producido Colombia para el mundo.
¿Otros escritores con los que ha tenido la oportunidad de relacionarse?
Con Mario Vargas Llosa, en un encuentro que organizó Gustavo Álvarez Gardeazábal en Cali, en 1973, con Juan Rulfo –el autor de Pedro Páramo–, entrevisté a Carlos Fuentes en Centroamérica, pude tomar vino con Juan Carlos Onetti en París, conversar con él es mucho decir, él no decía una palabra, sino vin blanc, pidiendo vino blanco y uno no se atrevía a decirle absolutamente nada; lo mismo que con muchos escritores, que cuando estábamos jóvenes éramos de alguna manera periodistas culturales y queríamos investigar. Con Antonio Skármeta con quien estuvimos bebiendo en Bogotá y Eduardo Galeano con el cual recorrimos el Barrio La Candelaria y con quien tuve la oportunidad, cuando yo vivía en Barcelona, de compartir en mi apartamento, primero, las delicias de él como cocinero y esas historias maravillosas que nos transportaban a ese sitio exacto donde uno cree que está el reino de la felicidad.
¿Qué concepto tiene del actual panorama de la literatura colombiana?
Me parece que aquí hay un gran número de escritores muy importantes y que desafortunadamente no alcanzan a figurar en los grandes medios de comunicación. Mi amigo Ricardo Arango, de Arango Editores, hace en El Tiempo una declaración en virtud a un ensayo sobre literatura colombiana que habla de los hitos de la literatura del país y evidencia que hay una serie de roscas que niegan la existencia de los demás. En Antioquia hacen un estudio sobre el cuento colombiano, pero no hablan jamás de los cuentistas del Valle, de los del centro del país, ni de los de Nariño, sino únicamente de manera exclusiva de lo que ellos consideran importante, y para ellos los novelistas son apenas los que publican las grandes editoriales, como si ese solo hecho los convirtiera en seres de valía, sin negar, desde luego, que hay entre ellos muchos escritores de merecimientos. Pero los verdaderos valores que están perdidos en la provincia, fuera del centralismo, se ignoran. Allí no se dice una palabra de Carlos Bastidas Padilla o Cecilia Caicedo, escasamente se nombra a Gustavo Álvarez Gardeazábal por el Valle, pero no se habla de Fernando Cruz Kronfly o de Umberto Valverde. Del Tolima no se menciona a nadie, ni del Huila. Entonces son listas exclusivistas y rosqueras, que además tienen el desvergonzado criterio de decir que la literatura colombiana son ellos y montan el andamiaje aislando a quienes denominan con cierta fuerza despectiva los escritores de provincia, como si eso fuera algo para el desprecio.
El Maestro Carlos Orlando es enfático al agregar:
Si uno se pone a mirar, un escritor de provincia era el señor Cervantes, o el mismo León Tolstoi, o el mismo Shakespeare que no eran, precisamente, de Londres. La literatura de provincia es la que genera una manera de ser, como diría Tolstoi, escribe tu provincia y serás universal. Cuando hay congresos de escritores a donde debe ir el país, a Alemania, a Francia, a España, a México, a Buenos Aires, siempre son los mismos seis o siete nombres, como si aquí no existieran sino los nombres de las grandes editoriales. Gran equívoco porque hay mucha valía de escritores que han salido de acá, de pronto, circunstancialmente nombran a William Ospina que se ha ganado un buen puesto y muy merecido en la historia literaria del país, pero no más. Si yo pudiera hacer un inventario de escritores muy destacados de Nariño, de Risaralda, del Valle, del Huila que merecen por la calidad de su obra, por la cantidad de la misma, por los méritos que tienen desde el punto de vista del lenguaje, de la técnica, de los personajes, son muchos y, sin embargo, son ignorados.
Para reafirmar esa idea, olvidando también que Gabriel García Márquez es de provincia o el extraordinario poeta Aurelio Arturo, el mejor poeta colombiano del siglo XX, es de mi tierra, de Nariño, nacido acá en el Municipio de La Unión.
Desde luego. Aurelio Arturo es un hombre que no tiene par, por eso el mismo William Ospina ganó un premio nacional de ensayo con un trabajo alrededor de este gran poeta. Uno ve lo que ocurre con un poeta piedracielista como Arturo Camacho Ramírez en el Tolima, pues primero están Carranza, Jorge Rojas y otros, aunque Camacho Ramírez era mejor que todos, pero por ser de provincia se lo desclasifica. Profesores norteamericanos se han dedicado al estudio de la literatura de Colombia, hay un grupo de colombianistas que pertenecen a 60 universidades de ese país que fundó Raymond Williams y al cual pertenecieron Kurt Levi, Jonathan Titler, quienes llaman la atención sobre la calidad de las obras, no la de los autores de editoriales, sino la escrita por lo que se denomina autores de provincia.
Es el Maestro Carlos Orlando Pardo en una conversación que se podría prolongar por mucho rato, pues estamos ante un hombre de vastísima cultura. Los temas no se agotan. La última pregunta es sobre la lectura. El escritor Pardo dice que se miden mal los índices de lectura en Colombia basados en librerías como la Lerner, la Nacional, pero agrega que esa es una medida de compradores de libros, ignorando la lectura de la compraventa callejera, la de internet, de redes sociales, la del libro electrónico, la del Facebook donde se asoman nuevas formas de lectura y otra clase de lectores.
“Los muchachos hoy leen más a través de tablets, celulares y otros medios, lo cual hace que esos resultados oficiales no dejen de ser mentirosos, porque son pequeñas muestras que no dan la medida de la realidad”, explica, y concluye con un bellísimo testimonio sobre el valor de los libros: “El libro es la memoria de la humanidad, el depósito ágil del conocimiento y el testimonio de la lealtad, a ti te gusta una mujer en una novela y vuelves a encontrarla ahí parada en la misma esquina, en la página 14, de la novela que te gustó”.
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