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80 años escribiendo un gran legado educativo en el Departamento de Nariño

  • Foto del escritor: Albeiro Arciniegas Mejía
    Albeiro Arciniegas Mejía
  • hace 2 días
  • 5 Min. de lectura


La Institución Educativa Técnica Agropecuaria “José María Hernández” de Pupiales cumple 80 años de fundación en una larga historia de aportes y logros académicos que contribuyen con la educación de la sociedad nariñense en general. Fundada en 1945 en cumplimiento de la Ley 15 de 1940, conocida también como ley de honores, la cual ordenó la repatriación de los restos de José María Hernández y se honró la memoria de tres soldados colombianos que ofrendaron su vida en el conflicto colombo-peruano de 1933.


El artículo 3 de la referida ley determinó que: “En la ciudad de Pupiales, Departamento de Nariño, se construirá con fondos nacionales un local para escuela que llevará el nombre de José María Hernández y allí se erigirá un busto del mártir colombiano”.


En cumplimiento de esta y otras disposiciones como el Acuerdo 3 del 22 de enero de 1944 se creó “la Escuela Complementaria José María Hernández que funcionará de acuerdo con las disposiciones legales y sujeta a los reglamentos y pensum del Ministerio de Educación Nacional y de la Dirección de Educación Pública de Nariño”.


En el mismo documento firmado por el entonces presidente del Concejo Municipal de Pupiales, Alfredo Burgos Ortega, uno de esos pupialeños grandes en la historia nacional, se determinó que la escuela tendría una orientación agrícola especial “y fuera de las materias de enseñanza necesarias para complementar la educación primaria, se ofrecerán cursos elementales de agricultura, ganadería, organización de fincas, cultivos de árboles frutales, ornamentales y de construcción”.


En el mismo sentido, el acuerdo detalla que “la escuela tendrá una granja anexa en terrenos que adquiera el municipio; en ella se darán los cursos prácticos, lo mismo que se edificará un establo para el cuidado de ganado de leche que comprará el municipio”. Con el objeto de dar inmediata realización al acuerdo se destinó de manera provisional, mientras se construía el edifico adecuado, “la casa de dos pisos que el municipio tiene en la calle Las Lajas, donde actualmente funciona la escuela primaria elemental que dirigen los Hermanos Maristas”.


Se autorizó al Personero Municipal para que contrate los servicios de profesores para la enseñanza, sometiendo los contratos que celebre a la aprobación del Concejo. Igualmente, se lo autorizó para que contrate maquinaria, muebles, útiles de enseñanza y demás enseres para el funcionamiento de la escuela, así como para la construcción de las obras necesarias que permitan el funcionamiento de la granja.


Sí, en efecto, de estos hechos han pasado ocho décadas en las cuales la naciente institución cambió de nombre, perfeccionó su modalidad de estudio en respuesta a las exigencias de la educación moderna, vivió momentos extraordinarios y de crecimiento académico y social y, como es normal en la dinámica de los procesos humanos, tuvo altibajos, pero siempre se mantuvo en la línea de la educación agropecuaria hasta convertirse en un referente en el sur del país.


Hoy la Institución Educativa Técnica Agropecuaria “José María Hernández” cuenta con varios centenares de egresados, muchos de ellos profesionales que brillaron y continúan destacándose en diferentes campos, desde alcaldes, personeros, concejales, hasta médicos, magistrados, ingenieros, arquitectos y hombres y mujeres del arte y el deporte y la cultura que son un referente para la región.


La historia del “Instituto Agrícola”, como le recuerdan otros, es muy rica en sus matices. Uno de sus grandes atributos es el rendimiento académico con docentes preocupados por niveles de estudio que se basen en el aprendizaje óptimo para preparar ciudadanos con ética, responsabilidad social y capacidades para enfrentar los retos de la vida contemporánea; esa égida tampoco se la pierde, pese a los cambios generacionales.  

 

José María Hernández

 

Nació en la vereda Guacha, Municipio de Pupiales, el 19 de enero de 1892. Sus padres fueron Víctor Hernández y Rosario Vivas. Tuvo siete hermanos, entre ellos fray Mateo de Pupiales, capuchino, ordenado en Barcelona, España y sor María Ezequiela, franciscana, profesora de un colegio. Hernández estudió en la escuela rural de Tatambud (hoy José María Hernández), formación académica que complemento en el colegio de los Hermanos Maristas de Pupiales.


En 1914, viajó a Puerto Asís; allí se casó con Gregoria Iles y tuvo dos hijos, Sergio y Justina. Años después, en 1930, se incorporó a la sección de policía de la Intendencia del Amazonas y en calidad de agente destinado al Corregimiento de Santa Clara, a pocos kilómetros de la ciudad de Iquitos, en el Perú, y a órdenes del corregidor Mayor Luis F. Luna.


Producido el asalto de Leticia por parte de los peruanos, el 1 de septiembre de 1932, un mes después de la ocupación de Tarapacá, también territorio colombiano invadido por peruanos, los colombianos allí residentes, se refugiaron en territorio brasileño, logrando sacar con ellos archivos y armas. Según los historiadores, Hernández fue el último en salir, y se situó en Ipiranga, puerto cercano, sobre la orilla derecha del Putumayo.


Documentos de la época describen a Hernández como “un hombre blanco de estatura más que mediana, fornido, de aproximadamente cuarenta años de aspecto sencillo y taciturno, de poco hablar y con voluntad firme”. Este pupialeño prestó un servicio importante a las fuerzas de recuperación del país. En 1933, se presentó al general Efraín Rojas y fue destinado por este como ayudante de los que conducían el vapor Nariño, a quienes colaboró de manera eficaz por su conocimiento del rio y de la gente y hábitos de las selváticas regiones.


Se dice que un indígena de nombre Hilario le habría traicionado; lo cierto es que José María Hernández fue capturado por las fuerzas peruanas y fue llevado a Iquitos donde lo interrogaron y torturaron y, finalmente, un Consejo de Guerra lo condenó a muerte por el delito de espionaje.


Con toda la frialdad lo llevaron al cadalso. Hernández encaró al pelotón de fusilamiento. “Yo no me dejo vendar”, dijo. “Quiero ver al asesino frente a frente”. Tampoco quiso sentarse y de pie, casi sonriendo esperó la descarga. Es cuando habría pronunciado la conocida frase: “Mi muerte le conviene a mi patria, Colombia sabrá vengarme”. El pelotón disparo y el último de los héroes del siglo XX pasó al sitio donde comienza la historia.


Los restos de José María Hernández fueron repatriados cerca de una década después. “A las 11 de la mañana de hoy –jueves 5 de diciembre de 1940– llegaron al aeropuerto de Techo, en un avión militar y procedentes de Leticia los restos mortales del mártir colombiano José María Hernández, fusilado en Iquitos el 17 de abril de 1933, después de haber sido capturado cuando realizaba una inspección, durante el conflicto armado con el Perú”, se lee en el periódico El Espectador de aquella época. 


El presidente Eduardo Santos, su esposa Lorencita Villegas, el Gobernador de Nariño Bolívar Santacruz, el Ministro de Guerra doctor Castro Martínez, el presidente del Senado y la Cámara de Representantes y una pléyade de altos funcionarios y militares colombianos y miles de personas se congregaron en la Plaza de Bolívar en Bogotá para rendir homenaje a uno de los pupialeños más ilustres de la historia.


“Terminadas las honras fúnebres se inició el desfile hacia el cementerio Central que fue uno de los actos de mayor importancia y severidad. El armón con la urna rompía el desfile precedido por el batallón de infantería y, a continuación, le seguían el jefe de Estado, Eduardo Santos, los ministros del despacho (entre ellos Jorge Eliécer Gaitán, entonces Ministro de Educación), todos los oficiales del Estado Mayor General, la familia de Hernández y miles de persona que se hicieron presentes”, escribe el historiador nariñense Luis Gabriel Moreno.


Este legado de la historia que se debe preservar hace parte integral de la Institución Educativa Técnica Agropecuaria “José María Hernández” que al arribar a sus ochenta años lo celebra con una variada programación cultural y deportiva y la vinculación de diferentes estamentos sociales. Tanto la institución educativa como su nombre son hoy un patrimonio de la sociedad pupialeña y nariñense en general que, a veces, pierden el rumbo de su identidad y tradiciones.

 

 
 
 

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